Machaque del momento

  • REIKI

domingo, 21 de febrero de 2010

Es domingo ¡me caso con el helado!

Organizar un encuentro, cena o salida con mis amigas es cada vez más difícil. En verdad siempre lo fue pero con el tiempo esta situación viene haciéndose presente cada vez más seguido. Está siendo figurita repetida. La instancia de ser la organizadora de los encuentros, o al menos de intentarlo, ya la abandoné hace rato y ahora estoy empezando a perder el interés en sumarme a sus planes.
Me pone tan de mal humor comerme un plantón faltando menos de una hora para juntarnos que juro que la violencia se apodera de mi cuerpo y generalmente termino canalizándola comiendo alguna cosa rica, hoy es un cuarto de helado (y los tres gustos son de crema…).
No me molesta que ellas no tengan ganas de verme, me molestan las excusas que ponen para no vernos. Prefiero mil, si dije mil, veces que me digan que no tienen ganas de ir a que me vendan un paquete con moño y todo. Encima mientras clavo la cucharita en el pote de este helado, me enojo tanto conmigo misma porque ya estoy pensando en los diez largos en la pileta que voy a tener que hacer para creerme que bajé las calorías que engordé esta noche. Así de vueltera soy, si, ámenme (si pueden).
Al principio me copaba y preparaba algún postre, bizcochuelo, mousse de chocolate pero para ser honesta ahora no hago nada más, de hecho, durante toda la tarde cada vez que suena el celular el primer pensamiento que tengo es el de que seguramente se canceló la reunión por lo que cocinar algo para después atracarme solita a la noche dejó de ser una opción. De ese tren me bajé hace rato por suerte.
Me pregunto por qué uno no puede ser coherente y condescendiente con lo que dijo cuando fue invitado y con lo que siente respecto de esa invitación o del evento el día del mismo. Parece ser que llega el día de vernos y el encanto se rompe, es sustituido por otra cosa que desconozco cual puede ser. La mayoría de la gente debe pensar que mi grupo de amigas es un embole y déjenme decirles que no es así en absoluto. La realidad es que es todo lo contrario, nos reímos toda la noche y volvemos a casa mensajeándonos sobre que tendríamos que reunirnos más seguido sin dejar pasar tanto tiempo, que lo pasamos muy bien juntas y bla bla bla. Nos endulzamos los ojos de manera tal que quizás después no queremos otro encuentro, no queda nada por compartir, ya nos dijimos cuanto nos queríamos y extrañábamos así que estimo que el contrato de amistad por un mes puede darse por cerrado.
Me da mucha lástima admitirlo e ilusa sería si lo callara, creo que la única garantía de que las amigas de mi grupo asistan a una reunión es si las haces dejar una especie de seña (si, estoy hablando de dinero) para reservar algo. No pierden un peso seguro. En eso pongo la firma y me voy a ver un par de capítulos de Sex and the city después de haber confesando este espanto de sensación que tengo hoy.

viernes, 19 de febrero de 2010

Perdé que me gusta

¿Quién alguna vez no gastó un par de fichines en las máquinas que sacan osos? Me atrevo a decir que todos lo hemos hecho y pocos prosperado. Después de gastar varios pesos en intentarlo espero que seamos mayoría los que concluimos en que es más benéfico para nuestra economía ir a comprar el peluche que seguir frustrándonos ante esa máquina. De todas formas el fenómeno que más me llama la atención es la similitud que encontré trazando un paralelo entre esa situación y la vida social en general.
Una pareja de enamorados, un padre a sus hijos, un nene obsesivo o una mujer que en el fondo sigue siendo la niña que fue son los usuarios más típicos de la máquina. Generalmente alrededor de las tres paredes de vidrio se reúne toda la gente de paso a mirar cómo otro ilusionado perderá en ese intento unas cuantas monedas.
Mientras todos echan miradas de furia, envidia y malos deseos (exceptuando a quien acompañe al ilusionado en cuestión) yo estoy prestando atención a las caras y los gestos de dichos espectadores. Todos opinan, descreen, envidian y tienen lástima de quien será la siguiente víctima de esta prueba por conseguir un peluche.
Después de diez o doce intentos, algún ilusionado consigue alzarse con el premio y al hacerlo arranca en su entorno el cuchicheo de cuan afortunado fue con tan poca habilidad, acto previo de pensar que querrá conseguir esa persona a cambio del peluche cuyos rasgos, si uno se fija, son horribles pero se lo debe ver hermoso ya que fue un buen desafío conseguirlo.
Qué increíble me resulta que cómo mínimo quince personas hayamos detenido nuestro rumbo para ver perder a algún grandulón su expectativa frente a ese oso deforme que está esperándonos adentro de esa máquina.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Sálvese quien pueda

Llegué a las nueve de la noche, cuando me di cuenta ya habían pasado casi tres horas desde que la reunión había empezado. Era increíble pero con todo ese grupo de gente seguíamos divirtiéndonos.
Con la mayoría de ellos éramos casi extraños ya que jamás habíamos tenido una charla íntima, sin embargo un par de cervezas, las luces tenues y un ambiente relajado consiguen la liberación de cualquiera.
Ellos fueron mis compañeros de trabajo durante un año, hoy son casi desconocidos. Lo único que nos une es el recuerdo del tiempo que compartimos ese año y a mi me llama poderosamente la atención la forma en que los individuos nos animamos a hablar, a exponernos, a jugarnos después de unos traguitos de cerveza. A veces me da vergüenza creer que eso nos da coraje, nos quita los miedos, ese límite social, moral o como se llame.
Lo primero que distinguís es que las luces ya no están tan encendidas como creías paso siguiente notás que tus movimientos no están del todo controlados y terminás de darte cuenta cuando estás confesando tus más profundos pensamientos de la vida mientras todos te miran.
Yo quiero (léase a mi me gusta) la sinceridad brutal todo el tiempo. No sólo después de unas cervezas. Mi manera es frontal, cruel, cruda, directa, real.
¿Por qué a la gente le cuesta quitarse los tapujos y decir las cosas como son? Nos ahorraríamos tantos viajes, tantas idas, tantas vueltas…


A modo reflexivo debo admitir que por ser así he perdido en el camino a varias personas que creía de importancia pero la verdad es que a veces pienso que si no pudieron bancárselo ¿para que seguir sosteniéndolos?
No quiero tener que admitirlo (igual de alguna forma termino haciéndolo) acá va a sobrevivir el más fuerte. Esto es la ley de la selva solo que en la sociedad.

miércoles, 3 de febrero de 2010

¡¡¡Elegime a mí!!!!

No es que no tenga una ocupación, un empleo o una actividad. Todo lo contrario, la tengo pero no es lo que quiero. Acto seguido, concentro toda mi energía en pensar adónde quiero ir, en qué lugar me gustaría trabajar y cuando me doy cuenta de cuál es esa respuesta empiezo a pensar en lo largo que es el proceso de selección y las frustraciones que lleva consigo.

En este momento estoy recordando como fui seleccionada para el primer trabajo en blanco que tuve. Las cuatro entrevistas, los veinte mil exámenes físicos, psicológicos de inteligencia, emocional, cognitivo, etc. Ese día volví exhausta a casa, convencida de que las respuestas que di no eran las que debería haber dado, que quizás a la psicóloga tendría que haberle contado mi historia de otra manera, en fin, manipulado de la forma en que yo creía correcta sería mi imagen para que un tercero me elija.

Estamos siendo evaluados desde que nacemos, desde las expectativas de nuestros padres y su posterior reconocimiento (o no), las evaluaciones escolares, los exámenes de ingreso a la universidad, el examen de manejo, las encuestas telefónicas, los tan temidos exámenes preocupacionales. Estos últimos son tan difíciles, creo que no hay persona que salga conforme con su rendimiento en alguno de ellos. Es tan grande la ansiedad, la expectativa, el deseo que no creo que podamos mostrar nuestro máximo potencial y esplendor. Y ni hablar cuando venís en una mala racha, pasaste por dos o tres entrevistas con desenlace negativo y estando en la cuarta te sentís la persona con menos autoestima del planeta y recién ahí ocurre, estás dándote por vencida y ¡oh! suena el teléfono. “Hola Cielo, te llamo de la consultora…”(esa frase introductoria hace que tu corazón tiemble, bombazo de adrenalina por todo el sistema sanguíneo). Te avisan que quedaste elegida, ¿lo podes creer? A mi asombra, me da bronca, me enoja pero enseguida suspiro de satisfacción y plenitud.

Va a llegar ese primer día y seguimos en el proceso de evaluación. La ropa, qué difícil elección va a ser el atuendo para el primer día ¿sandalias, tacos, chatitas u ojotas? De repente elegís los tacos pero ni bien llegás tenés que ponerte cinco curitas alrededor del tobillo porque tu pie está todo lastimado. No importa, nada de eso interesa cuando estás bien emocional e intelectualmente. Conseguiste trabajo, el trabajo que querías, ahora sentís que nada va a detenerte porque estás siendo cada vez más independiente y eso te hace feliz.

Cada uno sabe hasta adónde es capaz de llegar por lo que quiere, cuanta cabeza tiene para conseguir sus objetivos, cuales son sus limitaciones y por sobre todo, cuales son sus virtudes y sus tan temidos defectos. Es el día de hoy y a mí me sigue costando salir conforme de una entrevista, de una evaluación, de una prueba. No quiero atribuirle todo a una mala racha de suerte, quizás el azar intervenga de vez en vez pero en esta oportunidad no puedo evitar sentirme responsable de mis propios fracasos. Pienso en que alguna vez, alguien va a darse cuenta de la voluntad que tengo, de cuáles son mis virtudes y puedan aceptar mis defectos.

Quisiera que dejen de buscar robots, y comiencen a encontrar personas con autonomía, libertad y responsabilidad por sus pasiones.

Agarrate Cielo de a poco está volviendo… estuvo de vacaciones narrativas pero nunca ausente.