Machaque del momento

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miércoles, 29 de diciembre de 2010

The show is over, say goodbye

En ningún lugar te enseñan qué hacer cuando la vida te disgusta fuertemente y genera en vos un estado de sorpresa alarmante. Nadie te ayuda a sobrellevar la desilusión que a veces genera un vínculo. Tendemos a creer que a lo largo del tiempo todo va a estar mejor al punto de que cuando no lo está, apostamos a que las cosas pueden cambiar y consecuentemente mejorar. Pero ¿qué pasa cuando no lo hacen? ¿Qué sucede cuando del otro lado hay una pared? La irreversibilidad de los hechos me encandila, hace que no pueda sentir otra cosa que no sea tristeza.

Me atrevo a decir que durante todos los años de relación yo entregué, estuve, permití, concedí, disculpé y acepté pero cuando pude mirar todo desde otra perspectiva, ahí fue cuando no me sentí nada bien entonces hablé solicitando un cambio, tal vez una reconsideración de movimientos (cual manotazo de ahogado) pero fue sin sentido porque a quien se lo estaba pidiendo le era imposible decodificar mis palabras, de hecho, creo que jamás lo supo hacer por dos motivos, el primero fue porque se durmió en los laureles sin considerar la idea de que un vínculo se construye día a día desde lo cotidiano y, en segundo lugar, porque su capacidad de atención fue disminuyendo notablemente con el tiempo permitiendo que se le escapen ya no solamente detalles.

Eligió otras prioridades. Quizás un poco me molestó no haber sido parte de esa elección pero la etapa de asimilación por suerte pasó (tiendo a ser bastante obsesiva buscando culpas y echándolas sobre mis hombros) y ahora entiendo que no soy yo quien sale perdiendo.

El factor sorpresa siempre es lo que queda resonando en mi cabeza. Yo creo tanto en la gente que elijo que cuando pasan cosas como las que acabo de describir me lleva mucho tiempo dejar de estar tan sorprendida… No, no esperaba este desenlace, en verdad no esperaba ni quería un desenlace.

lunes, 6 de diciembre de 2010

¡Qué compra difícil!

Para una mujer, la compra de indumentaria más difícil de cada año es, sin dudas, la de la malla.
Parece mentira que haya pasado un año desde aquel momento cuando a fin del año pasado decidí que iba a seguir con las mallas que tenía en mi placard durante ese nueva temporada porque ninguna de las que me estaba probando me quedaba bien. Hace dos años que evito enfrentarme a dicha compra. Hasta hoy.
Lo cierto es que las bikinis que tengo ya están gastadas y con arena entre el tejido, precisaba una malla presentable. La primera idea que tuve fue comprar una malla entera, tal como la que uso para ir a natación. Me probé una y la verdad es que no me desagradó sin embargo cuanto más me miraba al espejo, mayor intensidad cobraba el pensamiento de que acceder a dicha compra era prácticamente rendirme ante lo que veía, dejar de intentar, esconderme detrás de más tela.
La vendedora, Rafaela, se acercó a mi probador y me dijo: “sos demasiado joven para esconderte detrás de una malla entera”. Fue tan dulce, tan maternal y tan acorde a la línea de pensamiento que estaba esbozando recientemente que accedí y terminé, después de dar un par de vueltas, eligiendo una bikini linda y sencilla, que honestamente no disimula nada pero lo que deja ver, es lo que hay. Al fin y al cabo, de eso trata todo, de la autenticidad, de lo real, de lo que tengo.
No voy a hacer otra vez la promesa anual de intentar verme mejor el próximo verano porque me conozco y no quiero desilusionarme más pero al menos, voy a tratar, sí, eso sí.