¡Un aplauso para la profe! Propuso uno de los alumnos y cinco segundos después ella se puso colorada. Con el fin de desviar las miradas, cambió vertiginosamente el tema de diálogo y continúo con su clase.
Todas las semanas me enfrento a un mismo interrogante ¿Qué tengo yo para decirle a toda esta gente? Después de varios minutos de extenso pensamiento intentando organizar las ideas para plasmarlas en papel y consecuentemente armar una clase, cuando decido sobre qué hablar, automáticamente empiezo a cuestionarme si les resultará relevante lo que tengo para decir. Como no tengo la respuesta para esa pregunta (y prefiero evitar elegir la respuesta yo misma) empiezo a divertirme eligiendo cómo voy a presentar los contenidos casi con el mismo entusiasmo que tiene quien quiere sorprender a un otro al relatar una anécdota. Después de atravesar esta situación durante varios meses llegué a la conclusión de que en la lucha contenido versus forma, no siempre sale victorioso el contenido sino todo lo contrario. Estamos tan rodeados de estímulos que a medida que pasa el tiempo es más difícil llamar la atención, despertar debates o generar incentivo.
Entusiasmo, interrogantes, desarrollo y debate sugiero y, créanme que, ellos no sólo lo aceptan sino que se comprometen. Opinan, juzgan, critican, preguntan, anotan…
Qué lindo que es tener algo para decir. Qué lindo que es tener quién lo escuche. Qué lindo que es estar enseñándole algo a alguien Y qué lindo que es que valoren tu aporte.