Nos enseñan a jugar al teléfono descompuesto cuando somos niños para ir aprendiendo que la vida social, principalmente, será eso en nuestro futuro.
La gente no sólo habla porque puede sino porque le gusta. Todos hablan porque es gratis, corren rumores porque es divertido, lastiman porque pueden y se callan cuando no deben hacerlo. Llega el momento de hacerse cargo de las palabras y ahí, justo ahí, a las palabras se las llevó el viento. Lo que nunca nos cuentan es que el viento, como con las basuras, las pelusas y las hojas de los árboles en otoño, arrastra hasta algún punto. El viento no sopla eternamente y a mí me preocupa eso, el punto en donde deja de hacerlo porque allí es donde se amontonan las hojas secas, las basuras, las pelusas y las palabras.
Y por más de que llames a un plomero, esa bocacalle estará obstruida por largo tiempo.
Algunas veces el azar interfiere, como en cada aspecto de la vida, haciendo que el viento sople por lugares abiertos y despejados, eso está bueno porque traslada las peleas a otras localidades y yo pienso: si la gente cree que uno puede (no significa que quiera) tener amores en localidades diferentes ¿por qué uno no puede tener peleas estancas en otros sitios? Al fin y al cabo, son promesas de peleas para el futuro, delimitando los lugares adonde volver, para enfrentarlas, o por donde jamás pasar en nombre de la preservación.
Una vez una persona a quien respeto bastante me dijo que era más inteligente quien sabía cuando debía callar que quién hablaba para dejar una buena impresión. Yo no entendí a qué se refería, hoy le doy la razón.
Esas situaciones cotidianas que logran exasperarnos al borde de un colapso nervioso y que después, irónicamente, quedan en la memoria... No hay duda, somos animales de costumbre y repetición.
Machaque del momento
- REIKI
viernes, 28 de mayo de 2010
domingo, 9 de mayo de 2010
Arráncame las hojas, de un tirón.
Los domingos cambiaron de color desde hace diez meses. Ya no son grises, aburridos, pesimistas, encallados o merecedores de olvido. Se han convertido en todo lo contrario, son la vida misma. Los últimos domingos vienen siendo puro color, movimiento y sonido. Reflejan mi espíritu, mis ganas de planear, mi plenitud, mis alas en alguna medida.
Para poder hablar objetivamente debo decir que lo que ha cambiado únicamente es mi locación, el lugar desde donde hablo, miro, decido y aprendo. El resto es puro entorno, contexto que genera empatía conmigo desde que está sin mí. La vida es un conjunto de lugares vacíos y llenos, completos o nulos, medidos o extremos. Siento toda ambivalencia presente en mis sentidos y hoy, un domingo de otoño cualquiera, reconozco algo por primera vez en mi vida que me atrevo a valorar: ADORO EL OTOÑO. Me genera tantas sensaciones esta estación que me resulta casi indescriptible la mezcla de emociones que siento cuando intento transmitirlo mediante palabras. Creo que los colores del otoño, los cambios naturales, la caída de las hojas de los árboles, el frío, la frazada, el mate cocido con leche, los guisos de lentejas, los sweaters de lana, las medias de abrigo, los radiadores, la sopa de arroz, la ducha hirviendo, las botas, las poleras, las bufandas, los gorritos, el chocolate en cantidad desmedida… son tantas las cosas que hacen que ame el otoño, créanme que éstas que mencioné son tan solo algunas de ellas.
Para poder hablar objetivamente debo decir que lo que ha cambiado únicamente es mi locación, el lugar desde donde hablo, miro, decido y aprendo. El resto es puro entorno, contexto que genera empatía conmigo desde que está sin mí. La vida es un conjunto de lugares vacíos y llenos, completos o nulos, medidos o extremos. Siento toda ambivalencia presente en mis sentidos y hoy, un domingo de otoño cualquiera, reconozco algo por primera vez en mi vida que me atrevo a valorar: ADORO EL OTOÑO. Me genera tantas sensaciones esta estación que me resulta casi indescriptible la mezcla de emociones que siento cuando intento transmitirlo mediante palabras. Creo que los colores del otoño, los cambios naturales, la caída de las hojas de los árboles, el frío, la frazada, el mate cocido con leche, los guisos de lentejas, los sweaters de lana, las medias de abrigo, los radiadores, la sopa de arroz, la ducha hirviendo, las botas, las poleras, las bufandas, los gorritos, el chocolate en cantidad desmedida… son tantas las cosas que hacen que ame el otoño, créanme que éstas que mencioné son tan solo algunas de ellas.
miércoles, 5 de mayo de 2010
La ola está de fiesta
Yo pertenezco a la generación que creció junto a Flavia, Pelín y sus canciones. Las veces que habré bailado y cantado todos los temas de la ola está de fiesta me resultan incontables.
En la casa que vivía cuando era chica teníamos el equipo de música en el comedor. Recuerdo perfectamente la mesa de madera antigua, las diez sillas alrededor suyo, los dos muebles que eran de mi bisabuela, una alfombra gris larguísima que iba desde el comedor hasta el zaguán de aquella casa tipo chorizo. El equipo estaba en el medio del comedor contra una pared salpicré color verde agua y, por delante suyo, pasaba el tendido de aquella vieja alfombra. Ese era mi escenario y, generalmente, el desodorante en aerosol de mi mamá era el micrófono.
El equipo de música era muy viejo. Para que puedan tener una idea, la mayoría de mis compañeras de la escuela ya tenían reproductores de cd, mientras que yo seguía usando los malditos cassettes ¡Qué valiosos que eran esos cassettes! Ya no existe la mística de cuidar de su cinta para poder oír mil veces los mismos temas. Play, Rewind, Stop, Play. ¡Qué secuencia fastidiosa!
Estas líneas vienen a cuenta porque encendí el televisor para hacer un poco de zapping y ví a Flavia, mi ídola (¿?), vestida como si fuera un gato, hablando de que estaba junto a un pibe mucho más joven que ella… me pregunto ¿adónde se van nuestros ídolos? ¡Qué vergüenza que me dio verla allí! Confieso que no me quedé escuchando esa entrevista, cambié de canal. Prefiero quedarme con el recuerdo que elijo tener de mi infancia y no con este.
Ella no es más que una persona que tuvo diferentes roles y trabajos en la vida. A veces estamos de pie sobre un sitio y, al tiempo, ya pasamos hacia otro.
Yo soy de las que quedan prendidas a las sensaciones intensas, a los amores profundos, a algunos ideales. En este caso, que triste resulta la realidad cuando recuerdo toda aquella idealización que hice sobre su personaje, al final del cuento, nunca consideré que era una persona.
En la casa que vivía cuando era chica teníamos el equipo de música en el comedor. Recuerdo perfectamente la mesa de madera antigua, las diez sillas alrededor suyo, los dos muebles que eran de mi bisabuela, una alfombra gris larguísima que iba desde el comedor hasta el zaguán de aquella casa tipo chorizo. El equipo estaba en el medio del comedor contra una pared salpicré color verde agua y, por delante suyo, pasaba el tendido de aquella vieja alfombra. Ese era mi escenario y, generalmente, el desodorante en aerosol de mi mamá era el micrófono.
El equipo de música era muy viejo. Para que puedan tener una idea, la mayoría de mis compañeras de la escuela ya tenían reproductores de cd, mientras que yo seguía usando los malditos cassettes ¡Qué valiosos que eran esos cassettes! Ya no existe la mística de cuidar de su cinta para poder oír mil veces los mismos temas. Play, Rewind, Stop, Play. ¡Qué secuencia fastidiosa!
Estas líneas vienen a cuenta porque encendí el televisor para hacer un poco de zapping y ví a Flavia, mi ídola (¿?), vestida como si fuera un gato, hablando de que estaba junto a un pibe mucho más joven que ella… me pregunto ¿adónde se van nuestros ídolos? ¡Qué vergüenza que me dio verla allí! Confieso que no me quedé escuchando esa entrevista, cambié de canal. Prefiero quedarme con el recuerdo que elijo tener de mi infancia y no con este.
Ella no es más que una persona que tuvo diferentes roles y trabajos en la vida. A veces estamos de pie sobre un sitio y, al tiempo, ya pasamos hacia otro.
Yo soy de las que quedan prendidas a las sensaciones intensas, a los amores profundos, a algunos ideales. En este caso, que triste resulta la realidad cuando recuerdo toda aquella idealización que hice sobre su personaje, al final del cuento, nunca consideré que era una persona.
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